La Casa Blanca, en llamas.

La Casa Blanca, en llamas.

El Capitolio, ardiendo.

La ciudad de Washington, desolada.

El presidente de EE.UU. y su esposa, huyendo en busca de protección.

Algunos dirán que todavía no ha pasado.

Se equivocan: pasó hace ya más de 200 años.

¿Podría volver a pasar?

#YoTeLoCuento

Salvo en la ficción, a lo largo de la historia de los Estados Unidos, solo en 1 ocasión una potencia extranjera capturó y ocupó la capital estadounidense, y lo hizo con desastrosas consecuencias.

Aquella noche del 24 de agosto de 1814, no solo ardió la Casa Blanca y el Capitolio

A la caída del sol, la fuerza británica a las órdenes del general Robert Ross —tras vencer a las tropas estadounidenses en la batalla de Bladensburg— ocupó la ciudad de Washington y decidió incendiar las instalaciones del gobierno de los EE.UU.

El objetivo: desmoralizarlos.

Lo sorprendente fue que cuando los soldados británicos llegaron a la Casa Blanca, no encontraron a soldados que les hicieran frente, sino un banquete servido sobre la mesa.

No es que les recibieran con alegría y tratasen de agasajar a los asaltantes; la razón era muy diferente.

Dolley, la esposa del presidente James Madison —que 2 años antes firmaría la declaración de guerra contra Reino Unido— había dejado la cena servida para su marido como hacía cada tarde; pero aquella noche, debido a la cercanía de los soldados enemigos, ambos tuvieron que escapar.

Antes de huir, Dolley decidió llevarse consigo el retrato de George Washington, el 1º presidente del país.

Un acto que salvaría el cuadro de las llamas y lo convertiría en una acción cargada de simbolismo (es la obra de arte más antigua expuesta en la Casa Blanca).

Así, los soldados no encontrarían allí el cuadro, pero sí una casa deshabitada en la que dar rienda suelta a su curiosidad recorriendo las lujosas habitaciones, saciar su apetito y beber sin límite.

Antes del alba el fuego sería su nuevo inquilino.

Uno de los testigos, el soldado Harry Smith, diría:

«Nunca olvidaré la majestuosidad destructora de las llamas a medida que las antorchas iluminaban las camas, las cortinas…».

El incendio del Capitolio y la Casa Blanca conmocionaron tanto a los estadounidenses como el 11S.

Pero EE.UU. supo renacer de sus cenizas.

Apenas 3 semanas después, los soldados americanos defendieron el fuerte McHenry en la ciudad de Baltimore con gran éxito.

Hasta tal punto, que esa batalla sirvió de inspiración a Francis Scott Key para componer el que sería himno nacional.

En diciembre de 1814, se firma el Tratado de Gante que pone fin políticamente al conflicto y restaura las relaciones entre ambos países a como estaban antes de la guerra.

Washington se mantendría como capital a pesar de que algunos la consideraban demasiado expuesta.

¿Y qué pasó con la Casa Blanca?

Fue reconstruida, aunque en algunas partes la piedra original fue sustituida por madera, lo que, con el paso del tiempo, debilitó la estructura y obligó a mediados del siglo XX al presidente Truman a acometer nuevas obras.

No olvidemos que el interior de la mansión sucumbió al fuego. Solo siguieron en pie las paredes exteriores, que tuvieron que ser derribadas y después reconstruidas debido al debilitamiento causado por el fuego.

Al final, solo se salvaron tramos de la fachada sur.

Y, no, aunque muchos crean que la Casa Blanca recibe ese nombre porque tuvo que ser pintada tras este incendio, NO es cierto.

La Casa Blanca ya era de ese color antes.

Adiós al mito.

¿Cómo lo sabemos?

En 1812, 2 años antes de que se produjera el ataque, ya estaba encalada —que no pintada— de blanco como consta en un documento del 18 de marzo de ese año en el que el congresista Abijah Bigelow se refiere a ella como «White House» (3 meses antes de empezara la guerra).

Aunque esa denominación no sería oficial hasta casi 1 siglo después, cuando Theodore Roosevelt (26º presidente) le daría ese nombre y proyectaría su ampliación. A él se debe la ampliación y construcción de la famosa «ala oeste» y el ya célebre «despacho oval».

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